El artista que no dejó de alimentar su percepción

El artista que no dejó de alimentar su percepción
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A medida que iba haciéndose mayor, Eduardo Chillida perdía vista y agilidad, pero ganaba percepción. Por eso, cuando las máquinas paraban de funcionar en las fábricas de las que salían sus movimientos, él era el único que no estaba “acojonado” por si la pieza no salía. Contaba su hijo Ignacio que los años le habían dado la capacidad de amoldar las partes de su obra a un todo. Se trataba de llegar a un punto de encuentro entre lo que él quería y lo que se podía hacer.
Hoy parte de sus inquietudes están concentradas en la exposición “Preguntas”, que se puede ver en el Kiosco Alfonso hasta el 1 de febrero, la primera vez que la obra del vasco llega a la ciudad. En forma de escultura de alabastro, que Chillida escogió para hacer arte por sus coqueteos con la luz, de hierro y de tierra chamota, un material que descubrió en la Fundación Maegth de Saint Paul de Vence en los 70 y del que salieron las piezas “Lurrak”.
Además, están 28 grabados que abarcan todas las épocas y hablan de la importancia de su faceta gráfica dentro del todo junto a dos libros de artista. En uno de ellos homenajea a Bach, al que escribió en 1997 “Saludo moderno como las olas, antiguo como la mar, siempre nunca diferente, pero nunca siempre igual”. Decía el hijo y también comisario de la muestra que Chillida nunca repitió una escultura, pero sí realizó series que eran como espirales, porque “iban y volvían”.
De esta forma, en “Preguntas” está la número 7 del “Peine del viento”, una idea que comenzó a formalizar en el 52 y que no aparcó hasta el 2000. En los 60, a sus peines les añadió un soporte emulando la redondez de una piedra. Entonces supo que su peine estaba pensado para una roca. La que eligió en Donostia para homenajearla. Quizás la creación más conocida de todas.
Son 110 ejemplos de búsqueda, porque aunque trabajaba en series, cada nueva criatura veía la luz con las dosis de riesgo y profundidad que Eduardo sumaba al conjunto. Intentando dar siempre respuestas. De ahí, las interrogantes que nunca dejaron de poblar su cabeza. Tan presentes como las manos, del que estuvo obsesionado por las sombras que dibujaban los dedos. Chillida lanzó preguntas en el libro que copublicó con Heidegger. Las volvió a repetir en el discurso que pronunció cuando lo nombraron miembro honorario de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en 1994 y en un segundo libro con La Fábrica.
Aseguraba su hijo que se las hacía constantemente, aunque la mayoría no tenían contestación. En la muestra, están muchas. Al lado de las obras, como si fueran respuestas de hierro.
Ignacio señalaba que la mejor manera de acercarse a un artista era leer sus pensamientos. Es por eso que la muestra, que se aliña con visitas guiadas y talleres, tiene letra. En medio de un universo cedido por su familia para disfrute del coruñés, donde doce esculturas de pequeño y medio formato gritan naturaleza, horizonte, viento.

El artista que no dejó de alimentar su percepción

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