Reportaje | La vida de un pincel que escapa de las “casillitas” y persigue libre a la emoción

Reportaje | La vida de un pincel que escapa de las “casillitas” 
y persigue libre 
a la emoción

Jorge Castillo no viajó. Emigró. Por su condición de gallego, “lo llevo en la sangre”, aparcó de verdad en los sitios, se hizo querer y los lugares que habitó, Buenos Aires, Nueva York, Berlín, Ibiza, París o Ginebra salieron en el lienzo. En forma de vivencia o siendo ellos.
Afundación presenta desde ayer a un grande de la pintura, que escapó de los grupos porque de los grupos hay que escapar.
Él cogió lo bueno de unos y de otros: “La estética forma parte de mi ética” y así de Rubens le gustó lo carnal y de Picasso, el primer cubismo. Después, se quedó con la forma de emplear el color de Matisse que para el pontevedrés fue excepcional, con Juan Gris y los abstractos y esta condición de vagar libre por el cuadro le valió muchas críticas, de los que tienen la manía de poner a todos en casillitas.
Castillo no encajó en ninguna y lo intentaron dejar fuera: “Había que pagar un precio”. No lo consiguieron, dice que lo encontraron porque él también los esperó y quizás por eso, hoy se puede hablar del artista más internacional y único, el más complicado de copiar: “Yo lo he intentado y no he podido”.

Activo
Ahora que ya no tiene que emigrar, viaja menos. Se queda entre Madrid y Niza, pero pinta. No deja nunca de hacerlo hasta el punto de que Carlos Valle, director del Museo de Pontevedra, que colaboró con Afundación para traer “Jorge Castillo. A visión dunha obra”, dijo que habría que hacer una nueva retrospectiva para meter todo lo nuevo.
Su edad real no corresponde a la del DNI y esto se nota en solo cinco minutos de conversación. Hace poco –contó– fue a Praga con su mujer Yola y miró en las casas si había carteles de “se alquila”. Allí, explica que le entraron de nuevo las ganas de “emigrar”. Hace dos días se pateó A Coruña con su pareja: “Está preciosa” y aunque fue el que le puso caras a los cristales del Kiosco Alfonso, estos días la volvió a disfrutar especialmente.
La emoción está viva desde que le llevó en los 50 a realizar su primer retrato en Buenos Aires: “Tenía 19 años y me interesaba la fisionomía humana”, lo psicológico que se puede ver en un rostro. Aquí, la información la guarda la posición del cuello. Las 50 piezas seleccionadas por la comisaria Pilar Corredoira no siguen la línea del tiempo a propósito. Ellas las juntó al gusto para confirmar que el conjunto Castillo tiene sentido, que pinta igual que hace 60 años porque le mueve lo mismo: “Estilísticamente evolucioné”, y de los cuadros de carga dramática, donde coloca al consumismo y a la emigración forzada que son montones de gente tratando de abrazar una orilla “desconocidos que pasan a ser familia”, se va al género de las naturalezas muertas para hacerlas vivas. Las suyas son una especie de paisajes interiores como lo que los ingleses llamaron “Still life” donde uno puede entrar dentro de varios sitios a la vez. Eso, explica, se lo dio el cine.
La exposición deja espacio al amor, que es Yola y su hijo frente a frente: “En mi pintura sale lo oscuro y lo luminoso, alternativamente porque la vida es eso, la mía y la de los demás”. A Jorge Castillo le gusta verse en los cuadros: “Soy yo, si veo una foto mía no me interesa, pero en una pintura me veo de verdad”. En los últimos 20 años, se sitúa al otro lado de la paleta y los bodegones tienen otra luz, más ligera. Es el clasicismo visto otra vez, señala, que es “maravilloso, pero tiene vigencia en una época. Si no se replantea, muere”.
Jorge Castillo confesó al principio de la presentación que no venía a hablar de sus obras porque el artista debe desaparecer detrás de ellas para dejar que sean ellas las que digan cosas. Sin embargo, la misma emoción que le condujo a coger la maleta y sentir, a vivir aquí y allá, le dio la palabra para contarla. Su vida que es, en realidad, la exposición, una vida pintada de cientos de maneras.
Entre bambalinas, siendo un clown o una mujer coloreada con un gran culo o cruzando Manhattan, en todas, está él agazapado. Riendo y abriendo mucho los ojos como cuando Valle se pone a hablar de otro Valle “Inclán”, que como a él tampoco lograron meter en casillitas.

Reportaje | La vida de un pincel que escapa de las “casillitas” y persigue libre a la emoción

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