De ahí salieron bodas y bautizos, noviazgos en la distancia o curas para vecinos con algún problema de salud. También dieron abrigo a las esposas de los marineros cuando estos participaban en largas campañas en la mar. Unían a la gente a través de la comida y, aunque de otra forma, hoy en día lo siguen haciendo.
Desde su atalaya de especialización un puñado de tiendas de ultramarinos sobreviven a la crisis como si fuesen pequeños supermercados de las aldeas. Continúan vendiendo lo de siempre, sí, pero también saben adaptarse al perfil de los nuevos clientes.
Si alguien lo tiene claro esa es Laura Ferreiro, encargada del Ultramarinos Hermanos Ferreiro (San Diego, 1), un negocio que este año alcanza sus bodas de oro. La joven ha sabido reinventarse al coger el testigo de su padre Víctor Ferreiro, el último hermano en activo –ahora ya está jubilado– de una saga de tenderos que llegaron a tener ocho establecimientos en la ciudad.
“Empezamos en esto de la alimentación con un tío nuestro que vino de Cuba y puso un comercio, después mis hermanos mayores se establecieron por su cuenta y fueron contratando a los pequeños hasta que todos abrimos nuestra tienda”, cuenta Víctor. Hoy, nueve años después de su mudanza definitiva de A Gaiteira a su ubicación una calle más arriba, su hija a optado por las ventas online para ampliar el radio de acción. Antes las tiendas de barrio “eran un servicio público” pero en un mundo en el que manda el estrés es complicado mantener esa filosofía.
Ahora tienen que seguir siéndolo pero casi a través de las redes sociales. “Contratamos al estudiocaravana para crear una web en la que unificar la demanda”, comenta. “Cada vez había más gente fuera que me pedía cosas: he mandando aguardiente a Munich y chicharrones a Holanda”, ríe. Por ello la venta por internet le pareció el paso lógico y allí también aporta su granito de arena a las familias a través de recetas sencillas para introducirse en la gastronomía gallega.
La responsable del ultramarinos decano de A Coruña, Isabel Anidos, estudia pasarse al mundo digital pero no tanto para vender como “para que la gente vea lo que hay y no tenga que acercarse a propósito”. Sería la manera de llegar a un nuevo nicho de mercado pues la mayoría de los clientes son “gente de mediana edad para arriba”.
Anidos, que regenta El Riojano –un establecimiento de 1896– explica que de momento se mantiene a flote frente a las grandes áreas a base de “productos de calidad y una buena atención al cliente”. “Tenemos productos delicatessen pero también de la compra diaria”, dice.
El trío de ases de los ultramarinos de mayor renombre de la ciudad, lo completa un clásico: Casa Cuenca, un negocio de Marqués de Pontejos que llevan Javier Mosquera y Francisco Rodríguez.
El primero cuenta algunas claves de su éxito basadas en la especialización en productos que “no es fácil encontrar en otros sitios”. “Vendemos cascarilla, arenques, frutas desecadas...”, enumera, pues ellos ya tenían página web y correo electrónico para atender encargos. Pese a todo siguen despachando “las legumbres a granel o el bacalao al corte” como desde 1948. n