Sobre una pista de la que pocos despegan

Sobre una pista de la que pocos despegan
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No eligió un resort para sus vacaciones, sino un campo de refugiados en Katsikas (Grecia), en concreto, el que más manos necesitaba en primavera. La coruñesa Patricia Rodríguez llegó en agosto y sola, acompañada, eso sí, por la tranquilidad de saber que allí ya estaban trabajando otras dos amigas como Berta de la Dehesa y María Peñalosa. Después se unió a los también coruñeses AIRE (Asociación Integral de Rescate de Emergencia), que eligieron el mismo destino para empezar a dar paladas contra la miseria.
La ONG promovida por los Bomberos de A Coruña se encargó de ponerle voz a los enfermos de los hospitales con la puesta en escena de traductores de árabe e inglés y también a ser oído para escucharles, que es hoy en día tan importante como el agua. Patricia cuenta que lo que más impacta es lo que les cuesta a esas 540 almas recurrir a la caridad porque “no están acostumbradas a hacerlo y nunca se imaginaron que acabarían allí”.
En un aeropuerto militar que el gobierno griego cedió para los refugiados y donde colocó unas piedras grandes que son garantía de esguince “si vas en chanclas”, los voluntarios acondicionaron un hangar para almacén y biblioteca.
Hoy, los 1.300 de marzo se han reducido a la mitad, cuenta la cooperante. Ya calzan zapatos, comen tres veces al día lo que les sirve el ejército y distraen y forman a sus pequeños con cuentacuentos y otras actividades. Sin embargo, el atisbo de esperanza se reboza de condiciones infrahumanas.
A pocas semanas de que el tiempo se convierta en enemigo y comiencen las nevadas, los centenares de refugiados llevan un tiempo protagonizando protestas en Katsikas porque la ayuda de Uhncr no llega. Son las pequeñas organizaciones las que tiran de un día a día, donde los pequeños se comen un plátano todas las tardes. Al momento merienda lo llaman “Babyfood”.
Patricia asegura que no hay ninguna historia que no desmonte al corazón: “Todas tienen muertos detrás”. Entre los que duermen en tiendas de campaña, los hay sirios, kurdos, afganos, palestinos y yasidíes. No se conocen entre ellos pero eligen parcela por afinidad.
Activistas como la coruñesa se encargan de repartirles ropa y alimentos. Hablan con los portavoces de cada comunidad y afrontan cada jornada con nuevos retos. Si hace meses, AIRE lograba que la familia de Ahmed y Mudafar, dos niños enfermos de cirrosis hepática, se desplazara a Sevilla para ser tratados, los voluntarios construyen ahora un gimnasio donde afilará su fuerza un lanzador de disco destacado.
Patricia lamenta los seis meses en blanco de Uhncr con toda la logística y los recursos sin utilizar.
En ese tiempo, cuenta que se han limitado a llevar a cien de los 500, según ellos los más vulnerables, a un hotel a dos horas del campo: “Están aislados y lejos de farmacias y hospitales”.
Todo está muy mal comunicado en este punto de la Grecia continental, pero se rumorea que parte de los que están en Lesbos crucen hasta Katsikas y que el campo seguirá recibiendo personas que buscan paz en 2017.
Señala que les prometieron habilitarles un conjunto de casas que hay en Ioannina a medio construir. Que tendrán luz y electricidad, pero la única realidad es que la Unión Europa, “que presumía de intentar salvaguardar los derechos de las personas”, incumple con su trato y ellos, los 540, son las víctimas de un sistema donde algunos como Patricia tratan de parchear y los más miran para otro lado. Mientras, Grecia calcula que los asilos seguirán dos o tres años activos. Esperando que Europa despierte algún día de su letargo.

Sobre una pista de la que pocos despegan

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