El peligro de colgar el sedal al borde de un acantilado

El peligro de colgar el sedal al borde de un acantilado
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La cala de Bens estaba ayer casi vacía de pescadores. Sin embargo es uno de los puntos más concurridos por los amantes del deporte del sedal, lo que le convierte también en el escenario de rescates y de tragedias, como la del sábado pasado, cuando se rescató el cadáver de un hombre de 45 años al que arrebató una ola cuando se encontraba entre las rocas en traje de neopreno. Su hermano, que estaba con él cuando ocurrió todo, explicó a las autoridades que pescaban calamares a las nueve de la noche.
 El cuerpo de la víctima fue descubierto una hora después, flotando en las aguas, a pesar de que el neopreno que llevaba no lo hacía especialmente visible en noche cerrada. Se había golpeado con las rocas y no llegó a tragar agua, por eso flotaba, aunque era demasiado tarde para salvar su vida. “Hubo muchísima suerte”, comentaron los servicios de emergencia.
Pero no siempre hay tanta. A Coruña es una ciudad abierta al mar, y muchos de sus habitantes son aficionados a la pesca. Escogen lugares donde bate el mar, como la Cala de Bens o las rocas de O Portiño, para tirar el sedal, y muchas veces acuden de noche porque es el momento en el que los peces se acercan a la superficie atraídos por las luces de las farolas.  “La gente se pone siempre en acantilados, y son lugares peligrosos -se lamentan desde los servicios de emergencia– sobre todo si no vas acompañado, porque cualquiera puede caerse”.

Sin garantías
Ir acompañado es, precisamente, una de las precauciones más básicas a adoptar. Pero tampoco garantiza nada: el 28 de diciembre, un hombre de 60 años acudió al a zona de O Portiño con un amigo para echar el anzuelo y le alcanzó un golpe de mar que los arrojó a los dos al agua.
  El amigo de la víctima sabía nadar bien y consiguió chapotear hasta poder aferrarse a una boya. Consiguió incluso aferrar al otro pescador, pero se le escapó de entre los dedos y solo pudo quedarse allí, hasta que lo rescató un testigo alertado por sus gritos de desesperación que, por fortuna, tenía una lancha atracada cerca. Su amigo desapareció en el océano y a día de hoy, su cuerpo no ha aparecido.
“Aquella vez había mar bastante revuelta pero quizá hubiera podido salvarse si hubiera llevado un chaleco”, comentan los expertos. Los mismos pescadores que son capaces de gastar una buena cantidad en una caña de calidad, se resisten a rascarse el bolsillo para añadir a su equipo un chaleco inflable, a pesar de que cuesta mucho menos.
Y por si fuera poco a los pescadores deportivos hay que añadir el problema que suponen los furtivos, que son los que más arriesgan en el mar y que actúan a menudo en estas fechas. Y por supuesto, los pescadores más veteranos, que se confían demasiado y no piensan que su vida pende de un hilo tan fino como sus sedales.

El peligro de colgar el sedal al borde de un acantilado

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