La maquinaria del Obelisco se adentra en tiempo muerto

La maquinaria del Obelisco se adentra en tiempo muerto

Quizá porque Einstein no era relojero, pudo determinar que el tiempo es relativo, más allá del paso de los minutos y las horas marcado por los cronógrafos. En el caso del Obelisco, por ejemplo, lleva bastante bien los cerca de 120 años que tiene, pero ha sufrido una avería recientemente, así que el relojero municipal, Antonio González Mallo, acudió ayer a llevarse la maquinaria que guarda el pedestal del Obelisco para repararlo.
La máquina se estropeó el pasado día 16, y desde entonces, el maestro relojero ha tratado de ponerla en marcha con pequeños arreglos, pero sin resultado: el tiempo parecía haberse detenido en Cantón Grande. Así que ayer no le quedó más remedio que acudir por la mañana temprano con una furgoneta (que, por cierto, también se retrasó) y llevárselo a su taller. 
Mallo cree haber detectado el fallo: un solo diente en una rueda, que no gira adecuadamente. Puede ser una reparación rápida, si todo sale bien, pero si tiene que rehacer la pieza de cero, quizá lleve más tiempo. Y aunque las agujas del Obelisco estén paradas, Mallo lleva la cuenta, como no puede ser de otra manera tratándose de un hombre que es el responsable de dar cuerda a todos los grandes relojes del Ayuntamiento. 

En observación 
Pero si González Mallo no puede soportar los relojes que se atrasan, tampoco está a favor de adelantar la cosas más de lo debido. Como él sabe más que nadie, hay cosas que requieren su tiempo. Así que una vez reparada, la maquinaria permanecerá en su taller en observación. “Como un enfermo”, explica. No saldrá de allí hasta que esté seguro de que los segundos, minutos y horas pasan por los engranajes del mecanismo con la exactitud que es de esperar.
Sorprende que un aparato tan pequeño, del tamaño de una máquina de coser, sea capaz de hacer girar las agujas de las cuatro esferas del reloj. Es una obra de arte encargada a Gabriel Vitini a petición popular para rendir homenaje al alcalde Aureliano Linares Rivas y ha permanecido en el mismo punto desde su inauguración, el 10 de febrero de 1895, indicando la hora a todos los coruñeses. Incluso hoy en día, en que muchos desdeñan los relojes e pulsera para mirar la pantalla de su móvil, es imposible dejar de observarlo por su belleza. En su base se pueden leer, grabados en placas de bronce los datos geográficos y climáticos extremos de la ciudad.
Ni siquiera que el reloj se haya roto en dos ocasiones es, según González, motivo de alarma. A fin de cuentas, es lógico que un reloj acuse el paso del tiempo.  “Para tener 120 años, está muy bien”, señala, aunque reconoce que es sin duda muy mala suerte que ocurriera poco después de un repaso a fondo que duró tres semanas: “Lo revisamos desde el remate al pedestal, desde los piñones a la transmisión ”. Esta semana volverán a hacerlo, con la paciente minuciosidad propia de los relojeros, que siempre trabajan como si tuvieran todo el tiempo del mundo. 

La maquinaria del Obelisco se adentra en tiempo muerto

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