Un hogar habitado por “xabaríns”, “bolboretas”, “xílgaros” y “anduriñas”

Un hogar habitado por “xabaríns”, “bolboretas”, “xílgaros” y “anduriñas”
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Hoy toca potaje de garbanzos, espinacas, bacalao y zanahorias con flan de postre y una tarde por delante para leer, hacer los deberes y poner a Enrique Iglesias en el aparato de música. El coordinador de los 20 niños que reciben atención diaria en el hogar infantil Emilio Romay, Moncho, asegura que los pequeños tiran más hacia la música comercial. Arriba, viven otros 25 gracias a un convenio entre la entidad titular, la Diputación, y la Xunta. En el edificio que un día se llamó Casa Cuna y que desde 1950 no se quita el sambenito, las cuatro casas del primer piso no están numeradas ni responden a una letra. 
Llevan el nombre de un animal así que si en la de los “xabaríns” habitan los que no llegan a los 15 meses en el DNI, en las de las “bolboretas”, “anduriñas” y “xílgaros” duermen niños hasta los doce años, que es la edad tope que cubre el servicio. Lejos de las imágenes que muchos pueden tener de salas únicas con literas hacinadas, el bloque con vistas a las vías del tren no difiere en nada a la calidez que se respira en un hogar. 
En eso se empeñan los trabajadores sociales y educadores desde el primer momento. Cuenta la responsable, María del Carmen Díaz, Maca, que las bienvenidas se preparan a conciencia: “Se invita a que ellos y sus familias vengan unos días antes para que se quiten falsas ideas de la cabeza”. Por su parte, les comentan la llegada a sus compis de piso para que se sientan como en casa y ellos mismos les enseñan dónde está la cocina y el baño y les muestran cómo sobre la pared de cada habitación, los pequeños van colgando sus fotos para personalizar el lugar donde sueñan con salir de la mano de sus padres o de una familia de acogida. 
En este sentido, es la Xunta la que dictamina a través de su equipo de menores el tiempo de estancia, con un plazo máximo de dos años marcado por la ley y la premisa de que si en ese periodo los problemas en casa no se solucionan, existe un plan b. 
La psicóloga de los pequeños, Carmen, explica que ellos suelen ser más realistas que los mayores y se dan cuenta perfectamente de los tapujos y mentiras de sus padres o de que simplemente no pueden: “Moitas veces son os que piden uns papás”. 

sinceridad
El personal del centro basa su trabajo en la sinceridad: “Nunca lles mentimos” porque tienen derecho a conocer la verdad, eso sí, adaptada a su edad. Más allá de un grupo de niños esperando el momento de marchar, Carmen asegura que ellos ya se conciencian de que su paso por el hogar es temporal, aunque eso no significa que sea una etapa para borrar ni mucho menos. 
Cuando toca hacer las maletas, Maca comenta que a lo que más se agarran, aparte de a los juguetes, es a su álbum de fotos, donde condensan todo lo vivido, “que es parte de su historia”. Sobre el papel, quedan las salidas a Miño para tomar el sol o el día en que cogieron la autopista para ver animales de los que salen en los documentales de la 2. Esta etapa en la que ganan hermanos es también un tiempo para trabajar con sus familias. Unos y otros aprenden a convivir en un espacio donde un profesor de Educación Infantil lleva la batuta y todo un equipo de profesionales arropan su día a día: “Cada neno é único”. 
Por esta razón, el centro se adapta a las necesidades de los que pasan “x” horas durante el día y los que reciben una asistencia integral. Los primeros llegan del colegio y cogen las zapatillas de su casillero para poner la mesa a punto y empezar a manejar el tenedor. Moncho cuenta que se nombran dos encargados por semana: “Es una tarea que les encanta realizar. Cuando hay una baja, se pelean por ser los capitanes”. 
Se trata de que se encuentren cómodos y lo consiguen porque ninguno tiene problema en contarle a sus compañeros de clase dónde pasan los días: “Un día botaron un vídeo onde saía un fogar infantil e un neno que estivera aquí dixo que el vivira nun centro similar”. 
De esta forma, los empleados se alegran mucho si uno de sus pequeños invita a comer a un amigo del colegio y vienen sus padres porque así ven cómo es el sitio desde el que camarada inseparable de su hijo teje sus primeras manualidades o espera el momento en el que llegan las vacaciones y se abre la veda para jugar a la consola. 
De existir Oliver Twist, nunca se hubiera imaginado un nido construido con tanto cariño para los días de frío como el que saluda a la ciudad vestido de rosa.

Un hogar habitado por “xabaríns”, “bolboretas”, “xílgaros” y “anduriñas”

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